El Diario Montañés, 19 de noviembre de 2025
En
1972, con catorce años, salí de España por primera vez. Era el mes de julio, e
iba a casa de mis tíos, emigrantes en Burdeos, a pasar el verano para mejorar
el idioma francés, entonces de estudio obligatorio. Apenas superada la
frontera, tras mostrar el pasaporte a los gendarmes (el pasaporte era preciso),
vi pintado en el asfalto, repetido durante varios kilómetros, un mensaje que
resultaba inimaginable aquí: ‘Franco assassin’. Aquellas pintadas me
enfrentaron de golpe a una realidad muy diferente de la nuestra. «En Francia
hay libertad y se puede expresar lo que sea sin miedo a la represión –me dijo
el tío Sixto cuando percibió mi sorpresa–. Esto es democracia. Se les llama a
las cosas por su nombre. Y Franco es un asesino, aunque en España no podamos
decirlo». Aquello me sorprendió sobremanera.
Tres
años más tarde murió el dictador, y con el paso del tiempo pudimos ir teniendo
mayor conocimiento de aquel periodo opaco, de represión tenaz. Mas hete aquí
que cincuenta años después hay partidos que vuelven a defender aquella época y bajo
su paraguas brotan voces, jóvenes la mayoría y ajenas a lo que sucedía entonces,
que proclaman que con Franco se vivía mejor. Algunos, incluso –aquí hemos
sufrido sus acciones–, participan en los llamados ‘campamentos de formación’ que,
con el pretexto de adquirir técnicas de autodefensa, en realidad preparan «para
la lucha callejera y actos de violencia dirigidos a un sector y una ideología concreta
de la sociedad».
La
democracia que ellos atacan es de tal grandeza que permite la opinión de todos,
incluso la suya: la de los gorgojos que carcomen sus entrañas en nombre de una
falsa libertad. Si algún día llegan a alcanzar el poder, me temo que de la verdadera
libertad solo nos dejarán la cáscara.






